Entrarías a casa

entrarías a casa a horas inciertas con una chaqueta gris y una camisa blanca y seguramente con un maletín de cuero sostenido por tu mano derecha; yo estaría leyendo o preparando el café con la única ilusión de escuchar tus llaves en el cerrojo girando hacia la izquierda, el sonido de la puerta abriéndose y tus pasos quizá algo cansados que vienen directos a la cocina o al salón, al lugar donde yo me encontrara para abrazarme por la espalda y decirme que ya estás aquí, que ha sido un día duro o un día liviano, que tienes que corregir redacciones o exámenes o qué sé yo porque siempre estás ocupado pero a mí me basta con poder verte, con sentarme a tu lado o sobre tus rodillas y escuchar atentamente todas las palabras que saldrían de tu boca, esa boca que se fundía con la mía como si estuvieran predestinadas a estar juntas para siempre porque yo ya supe en el primer beso que nadie me volvería a besar mejor que tú.
te levantas de tu asiento para quitarte la chaqueta y yo ya estoy desabrochándote la camisa dejando tu pecho al descubierto, tu torso, tu clavícula y tu pequeña hendidura hacia dentro donde yo amo reclinar mi cabeza y escuchar el latir de tu corazón ¡ingenua! pensando que latería siempre por mí.
haríamos el amor en cualquier rincón de la casa y a cualquier hora porque nos deseamos como el primer día, el deseo inagotable de dos adolescentes a los que aún les queda mucho por sufrir y por llorar.


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